Aproveché una migración de pájaros silvestres para evadirme.

lunes, 20 de agosto de 2012

Lo que necesitaba.

Aprendí muchas cosas este verano. Entre ellas que lo que se pierde, sea pequeño o grande, no se encuentra. Da igual cuanto reces, cuanto lo busques o cuanto llores por él, aunque no ceses en el empeño no conseguirás nada. Así que también aprendí a dejar ir a las cosas, al menos a las materiales, que al fin y al cabo nada es para siempre, aunque nos guste pensar lo contrario. 

 Comprendí de amores, de sexo e incluso de drogas. Aprendí de la felicidad en el Aquí y el Ahora. Las cosas demasiado serias no dejaron de asustarme, pero entendí que lo serio no significa que no sea divertido. Comencé a ver los detalles, algunos más invisibles que otros, pero mucho más grandes. Que el hogar no es un salón y un techo, son personas, el secreto es formar parte de algo, formar parte de alguien. 

 No hay penas que no mate la risa, aunque hay risas que dejamos ir por la pena. La perfección no está basada en lo que demostremos a los demás, sino en los gestos, hay más perfección en una caricia que en un inteligente discurso. Además lo mejor de una persona es ser querida con sus errores, con las líneas que salieron torcidas en su cuadro, esa línea que hace ser recta a otra. Aprendí que pierdes más peso sonriendo, que dejando de comer maravillas que te alegran el día. También confirmé la teoría de que el chocolate enamora, aunque no necesariamente de una persona. 

Entendí que hay un momento para cada cosa, y que lo que estabas esperando desaparece y dejas que llegue solo, porque es mejor unos pétalos de rosas a un sofá para uno. No todas las canciones lentas y tranquilas tienen que deprimirte, y que las canciones de amor son exageradas e inciertas. Que se duerme mejor con alguien al lado, pero es demasiado triste despertarte siempre sola. No hace falta ir lejos para cambiar de aires, para sentirte libre, quizás solo tengas que mover un dedo. Convertir los pensamientos en palabras es más difícil que andar con tacones, pero menos elegante. Me enseñaron que merece la pena recorrer 300 km solo por una persona, pero que duele trescientas veces más las despedidas. 

Aprendí de sexo, que pueden existir todas las primeras veces que quieras, y que lo único que no te tiene que doler es el corazón. Y las interrupciones, por más que se eviten, son parte del encanto del momento. Entendí que las amistades acaban, y no necesariamente acompañada de discusiones y gritos, sino de la mano de la vida, de dos direcciones diferentes. Dejé las primeas impresiones de lado, si nos paramos a analizar detenidamente las noches y días, la situación, las personas, las acciones te das cuenta que han valido la pena. Quizás nunca sean las cosas como llegaste a pensarlas o imaginarlas, pero no por ello son menos hermosas.

Y en el conjunto de estas cosas aprendí que soy feliz, pues quizás esto no sea todo lo que quería para mi verano, pero es todo lo que necesitaba.

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