Aproveché una migración de pájaros silvestres para evadirme.

martes, 17 de julio de 2012

Entre el Río de la Plata.

Siempre he creído que el amor iba acompañado de una letra errónea. Que esa palabra, así sin más, se borraba. Era útil para llenar tu historia de color, pero con el tiempo te cansabas de pararte a colorearla. Hasta ahora, hasta hace segundos, tenía la certeza que el amor se escribía en minúsculas y que a la ausencia de un espacio mejor era la compañía. Pero se estampó contra mi cabeza un recuerdo paseando por las calles de Argentina. De tardes sentada en el Río de Plata viendo como juagaban los niños, viendo como la gente pasaba. Recordé esos ojos feroces de pupilas bravas, esas manos que con cada roce hacían temblar las sábanas. Lo llamaba compañero de cama, como una insignificante coma, como un loco que siempre se andaba por las ramas. Entre bares y clubes albergábamos nuestra esperanzas, procurando que al destapar el vino nuestros sueños no se escaparan. Matábamos hipotecas, ofertas denegadas de trabajos dándole caladas a un único cigarro. Y si el culo de la botella de ron se tornaba transparente, y no teníamos nada que por dentro nos abrigara, recurríamos al sudor, a que nuestros cuerpos nos calentaran. Y hacíamos el amor, mientras por nuestra ventana tenía envidia el Río que pese a nuestra pobreza, enriquecíamos las noches con pasivas batallas. Entre calles solitarias de Buenos Aíres, donde las mansiones no abundaban, podíamos encerrar la luna donde el sol no se atrevería a rescatarla. Dónde el olor del café barato marcaba el inicio  de la desesperante mañana, y que el sabor a ron era lo único que te llegaba al alma. Éramos ricos entre aquellas cuatro paredes, en aquella calle llena de desconchones, en ese tercer piso de una pensión barata desde donde podíamos ver el agua. Éramos ricos con un poco de alcohol, un paquete de tabaco, y un colchón desde donde deleitarnos. Pero ante todo con el colchón que era donde más tiempo pasábamos. Pero ¿cómo sigue el amor después de hacer el amor?

Yo no lo sabía y me fui y me hice pobre. Creí que solo deje una chabola, un compañero y un poco de agua. Pero deje la primera letra de una palabra. Mientras más me sobra el dinero, menos puedo comprarla. Y cuando le escribí mi última carta a mi compañero sólo "mor" era con lo que firmaba, por que la "A" en su raído bolsillo estaba. ¡Lo feliz que sería con un cigarro, un bar y otros ojos feroces de pupilas bravas!

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