Aproveché una migración de pájaros silvestres para evadirme.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Si le pudiera hacer el amor a cada lágrima...



 No sé si es por el aire triste que trae a rastras el otoño o por el insoportable grito del caer de las hojas. Pero la nostalgia azota los cristales de mi ventana y da zancadas hasta meterse en mi ser. Sin piedad ni anhelo, ha tomado la cordura transformándola en melancolía. Esa melancolía que se pierde entre canciones de Serrat y las pinceladas del sol sobre las nubes. Y todo acompañado del frío que te cala los huesos, no puedes evitar pensar en una cama. Ese reino de sabanas y blancura donde, entre mis pechos y tus manos, se escondía la magia del tacto. El movimiento rítmico, el ardor de la lengua en tu piel que enciende el cosquilleo y el temblor de tus piernas; dos almas inútiles en el mundo, lo unen a la vez que nuestro cuerpo sin más importancia. No me acobardo ante esos recuerdos, ni ante aquel hormigueo, pero mentiría si negara que una parte de mi ser se estremece cuando vuelve a oír los gemidos y la fuerte respiración. Pero lo que me ha traído consigo esta tarde de otoño, es el anhelo de esos ojos que calentaban más que cualquier contacto erótico con mi cuerpo. Y sin más demora me encierro en mi minúscula cama, dispuesta a hacer el amor con la soledad para matar tu gélida ausencia.

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