Aproveché una migración de pájaros silvestres para evadirme.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Agua, calor y tú.

Tengo ganas de fundirme bajo el sol abrasador de agosto, del agua fresca de la piscina rozando mis nalgas o de las noches llenas de luceros andantes. Tengo ganas que tus ojos azules duerman cerca de mi pelo o escuchar tu alarido que llamas risa. Se me antoja el tacto del pasto seco en mis pies descalzos, las madrugadas haciendo el amor con Neruda y tomando té con abundante azúcar. Y reducir nuestros cuerpos desnudos a la grandeza del lago, emergiéndonos en mareas peligrosas y llenas de criaturas impensables. Acariciar las arrugas que se forman en tus labios cuando sonríes y rozar con las yemas de los dedos tu rizado pelo, acunando bajo la misma cama historias que se las lleva la luna. Pero lo que más añoro de esa estación es la sensación, la certeza que cuando abra los ojos estarás junto a mí, soltando ronquidos al aire y con tu cabeza hundida en la almohada y escucharé tu voz dándome los buenos días, los buenos días junto a ti.

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