Si, hacía tiempo que no me paraba a contemplar aquella maravilla, lo hermosa que eran las puestas de soles desde mi cuarto. La higuera con un color amarillento y sus hojas desprendidas por el suelo, la palmera que de sus ramas caían las gotas restantes de la lluvia. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de los rayos del sol anaranjados que se filtraban por mi ventana posándose en la pared, y de las nubes de color rosado que iluminaban la fuentecilla rebosante de agua. Los cabellos de ángel que el cielo dejaba caer sobre la llanura y resaltaba aquel árbol que siempre intentaba trepar. Perdido entre los bosques andaba un rayo amarillento que se había escapado de los brazos del sol. Había olvidado sentarme a contemplar esa explosión de colores que ni la tormenta había logrado tapar por aquella hora del día. Volver a casa me hizo comprender que todos nos cansamos de la rutina y deseamos cambiar y tomar un sendero distinto. Pero una vez que te vas te da la sensación de haber dejado algo atrás, pero la emoción te impide prestar atención a cualquier otro sentimiento. Transcurre el tiempo y uno viaja, cambia, conoces personas nuevas pero te acabas cansando de que siempre sea diferente y vuelves. Cuando llegas, entras en tu cuarto iluminado por el atardecer de colores anaranjados y rosados sientes cuanto lo habías echado de menos, y no percataste hasta tenerlo delante. Había crecido entre aquellas cuatro paredes. A pesar del tiempo transcurrido todo estaba igual; la palmera seguía en su sitio, la pared aún tenía el desconchón exactamente igual que la última vez que lo vi y los apuntes seguían desordenados sobre la mesa. Después me miré a mi, y me di cuenta de cuánto había cambiado, de todo lo que había perdido y ganado aquellos años todas las derrotas, conflictos, alegrías, tristezas y risas que viví fuera de ahí. Había disfrutando de ocasos y noches locas, de atardeceres en la playa y amaneceres entre dunas, pero nada me llenaba tanto como aquello. Sonreí, me senté junto a la ventana con la mirada perdida en el jardín, las rosas habían florecido y soplaba una brisa limpia. Por fin había vuelto a casa.
Eres mi Afrodita.
ResponderEliminarMe es muy grato leer tus palabras, sinceramente gracias.
ResponderEliminarUn saludo