Aprendí que la vida es como un semáforo, hay veces que debes correr, otras que debes pararte y otras que tienes que andar con cuidado. Si no haces caso a esto terminarás por hacerte daño a ti o a cualquier otra persona. Mi semáforo cambió de color: Verde. Tenía que marcharme por mucho que me doliera. Y así fue, con un adiós dejamos atrás lo que nos hizo felices en otro tiempo. Las lágrimas no harían que pisara el freno, así que respire hondo, sonreí y apreté el acelerador para ir a ningún lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario